jueves, 25 de junio de 2009

El fogón de los arrieros.


Quise armar un fogón allá en la sierra
en mis lejanos pagos jachalleros,
que llamara, cordial, a los arrieros
de todas las distancias de mi tierra.

Un fogón que llamara a los andantes
de todos los caminos y las razas,
a juntarse al calor de nuestras brasas,
a conversar de cosas trashumantes . . .

Y tuve suerte en la intención aquella.
A las cumbres más altas de mis cerros
llegaron con su canto de cencerros
desde todos los rumbos de la estrella.

Llegaron a mis pagos jachalleros
los del norte selvático y huraño,
y los del llano Sur, dé casi extraño
rostro grisau de lluvias y pamperos.

Envueltos en sus ponchos calchaquíes
bajaron de Ambato los pastores,
y chardando de pájaros y flores,
los hijos de las selvas guaraníes.

Arrastró su cansancio el viejo runa,
con un seco compás de guardamontes:
y su lejano canto de horízontes,
se le quedó dormido allá en la Puna.

Resonaron su queja los jujeños
-la más triste quizás y la más alta-
y en un son bagualero los de Salta
prolongaron la gloria de sus sueños.

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