lunes, 23 de agosto de 2010

Un día sobre el Callvú


Corre el arroyo cantando
entre juncos y totoras.
La tibia luz de la aurora
el campo va iluminando.
El cielo se va pintando
de un color rosa subido.
Anda en el aire, esparcido,
olor a tierra mojada.
Se va la noche apurada.
Un nuevo día ha nacido.

Ya está el campo en movimiento
y entre cardal y pajales
retozan unos baguales,
colas y clinas al viento.
Un hornerito contento
canta sobre una barranca;
coqueta, una garza blanca
usa el arroyo de espejo
y en un sauce mimbre viejo,
un toro se rasca el anca.

El violín de la chicharra
va anunciando el medio día;
su chirriante melodía
el aire puro desgarra.
Como si fuera una garra,
aprieta fuerte el calor.
Todo es calma alrededor
y, si se mira a lo lejos,
parece el campo un espejo
a causa del resplandor.

Cansado el sol de trotar
por el potrero del cielo,
busca la comba del suelo
y se acuesta a descansar.
Se ve a las aves buscar
la protección de sus nidos
y un grillo, en Do Sostenido,
mirando salir la luna,
canta una canción de cuna
a un día que se ha dormido.

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