martes, 3 de marzo de 2009

Cantándole a Tata Dios



De curioso y arriesgao
una tarde de tormenta,
subí al cielo por mi cuenta,
en una nube sentao.
San Pedro salió enojao
cuando golpié la tranquera,
y rascándose la pera,
me dijo: Gaucho atrevido
ya he visto como has subido,
en una nube matrera.

“Debía mandarte al infierno,
por bandido y cachafaz.”
-Yo le respondí ahí nomás:
Cuando me oiga el Padre Eterno,
y con acento más tierno
le dije: “Hágame el favor
dejeme dentrar señor,
que con la guitarra mía,
quiero un rato de alegría,
darle a Dios, como cantor.”

Me hizo pasar. En un trono
estaba el viejo querido.
Dijo al verme: “Bienvenido,
seas cantor. Te perdono,
y siguiendo el mesmo tono
ande la bondá se encierra
me jué hablando de la guerra,
hecha por las ambiciones
y que andaba a trompezones,
pa’ poner paz en la tierra.

“Cantá -me dijo- cantá,
ya que hasta el cielo has llegao
que para hacerlo, te he dao,
talento y habilidá,
y jué tal la claridá
de mi voz en el relato,
que después de oirme un rato
dijo el viejito sereno:
Te has portao, como muy güeno
pero aura, tocame un gato.

Y cuando en un bordoneo
el cordaje retozaba
a Tata Dios le asomaba
las ganas de un zapateo,
y ya cumplido el deseo,
me dijo: “No he de negar
que me has hecho entusiasmar
con ese gato punteao
y solo porque es pecao
no me puse a zapatear.”

Me dio en el lomo un soplido
y me nacieron alitas
que eran blancas livianitas
y de plumaje pulido.
“Bajá áura, como has subido,
me dijo, si ese es tu empeño,
y pa’ todos me dio el dueño
del mundo la bendición...
Corto aquí la relación
que no ha sido más que un sueño.

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