viernes, 20 de mayo de 2011

Brillazón

(Pintura: Francisco Madero Marenco)
Tiene el campo del amor
un cielo de fantasía,
y su reflejo extravía
al gaucho más rumbeador.
A mí me pintó el primor
de una soberbia ramada
con un fondo de cañada,
y cuando al bajo llegué
ni agua ni frescura hallé
con que aliviar mi jornada.

La mujer que yo seguí,
era imagen de un hechizo:
se volvió luz y deshizo
cuando la ramada vi.
Mi engaño lamenté allí
al no encontrar el jagüel
que como en el cuento aquel
fuese la linda morada
de la chinita encantada
que hace ahogar a su doncel.

Mujer, agua ni gramilla
donde echarme a descansar,
encontré al despertar
de aquel sueño o maravilla,
y hasta hoy apena y humilla
mi azorado corazón
la negra desolación
en que voy por el desierto,
sintiendo no haberme muerto
al beso de la ilusión.

Pagué así las vanidades
de que avariento hice acopio:
rivalidad, amor propio
y ardorosas liviandades.
Son esas crueles deidades
en el campo del amor:
hostigan al deseador,
y tras la mujer más bella,
salido de la honda huella
lo sumen en el dolor.

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