jueves, 29 de octubre de 2009

El perro


Como el sueño intranquilo y fatigoso,
como la noche que se pasa en vela,
como el golpear de un pensamiento en lo hondo,
como el arder la brasa de una pena,
todo lo que nos toca un poco fuerte
nos pinta en la expresión alguna seña.

Hasta la misma duda, que no es nada,
en lo perdido del mirar se muestra.
Se engañarán los hombres con los hombres
cuando en silencio la verdad se encierra,
cuando las vistas el encuentro esquivan,
cuando el semblante el sentimiento niega.

Pero el buen perro..., el buen perro no confunde
nunca por más que el hombre su sentir escuenda,
y parece que sabe hasta los sueños
que un rastro de sombras en ocasiones deja.

Uno sale alunao y ni lo mira;
él no le hace ni fiestas y lo deja pasar como sin verlo,
pero muy fijo desde atrás lo observa
y sigue despacito, a la distancia,
porqué nos ha visto arrugas en las cejas
o la neblina del mirar confuso
que hay en las vistas del que sufre o piensa,
y desde lejos siembre nos mira,
nos compriende y no se acerca,
enfrenando sus propias alegrías
pa no venirnos a estorbar con ellas,
y mientras el hombre va calmoso,
representando que el pensar le pesa,
él mantiene sus ímpetus y marchan
como llevando entre los dos la idea.

Cuando la voluntad, como guapeándole el alma,
el último chirlo al corazón le pega
y la tristeza se arrincona o huye
y al hombre vuelve la expresión serena,
el perro sin miramientos corre, pecha,
pasa rozándole las piernas y ladrando,
que es riéndose a su modo,
ni caso le hace aunque le griten ¡fuera!.
Porque la voz y el ademán se ablanda
le descubren que el hombre no lo echa,
y finge peleando y le acomete,
y lo abraza, y le gruñe, y forcejea,
y compriende que el hombre también finge
cuando castiga con la mano suelta;
y él le muerde y le acaricea,
y aquella boca que mordía, tiembla.

Uno vuelve a gritarle y le amenaza,
él hace que nos teme y nos cuerpea.
De pronto se nos viene con furia pero ahí,
nomás, se nos clava y asujeta.
En ademán de provocar
se agacha con las manos abiertas,
con la mirada llena de picardía
haciendo amagos un instante queda,
como buscando un claro pa d'entrarnos,
hasta que salta y llega. Y representa
que le hicieron gracia las señas que deja,
y la pelea sigue hasta que
el hombre vencido se le entrega,
se deja abrazar sin resistirse
mientras los costillares le palmea.

Cuando el perro se larga,
en el sosiego con que va,
demuestra ese descanso del que quiere,
y logra con mucho esfuerzo, alguna cosa buena.
Después siguen los dos, él se adelanta y se para,
y espera. A cada rato nos observa
un poco como temiendo que las sombras vuelvan.
Por ahí se aburre el hombre
y en un tronco al descuido se sienta,
echa la mano al tabaco y sin buscarla,
con las vistas del perro se tropieza
y el animal, con su miraza fija
y buenaza y serena, nos ve sacar
la chupa, las hojillas, liar,
encender y guardar la yesca.

A las primeras bocanadas de humo,
sobre un muslo nos pone la cabeza
y su ademán parece que nos dice:
'Ya lo sé compañero, no se escuenda',
y nuestra mano se nos va solita
y al perro acaricean
y el cigarro, olvidao, se nos apaga
y el brazo, quieto, sobre el perro queda.

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