jueves, 3 de febrero de 2011

Cuesta abajo

(Dibujo: Javier Farías)
Ayer tras de la tropilla
descendí del alto cerro
al tañido del cencerro
de una madrina rosilla,
entre la rubia gramilla
y el perfume del erial,
del trébol y el abrojal
tendidos como dos tules
y las miradas azules
del florecido cardal.

Hoy desandando el camino
vuelvo pensando y al paso
de un azulejo lerdazo
que ya de viejo es sabino;
tarde de sol argentino
que como una llamarada
corona el color de cada
florcita criolla del raso,
y se pierde en el ocaso
como una perla dorada.

Yo nunca elegí el camino
ni dije:"Sí...", con jactancia,
ni pregunté la distancia,
si el lugar era argentino;
hoy sinceramente opino
que las leguas a mi ver
me empiezan a parecer
más largas, más empinadas,
que las leguas galopiadas
por los caminos de ayer.

Los años sobre mi ser
me pesan como una carga
y es toda una cuesta larga
la huella llana de ayer;
yo que lo hice obedecer
al redomón más pintao
hoy ensillo un entecao
pero al no poder saltarlo,
pujo y pujo por montarlo
y llego al lomo cansao.

Viéndome en tal desventaja
entré a indagar el motivo,
si es que se acorta el estribo
o es la tierra que se baja;
algo me saca ventaja
y no puedo entender cómo,
será que como de plomo
pesa mi argentina planta,
o es que el basto se levanta
o al manso le crece el lomo.

Mi apero -lujo y abrigo-,
la cincha, el lazo, las riendas,
y todas las demás priendas
envejecieron conmigo;
mi compañero y amigo
yo le llamo "Don Recao",
el uso lo ha acribillao
de hilachas, grietas y rajos,
al través de los trabajos
de agua, sol y descampao.

Mi poncho pampa hilachento
que me cobijó en toda hora
de la lluvia seguidora
y los chubascos del viento,
hoy el helado elemento
a su gusto me tortura,
porque por cada abertura
el frío nos va chuziando,
y cruzamos tiritando
el rigor de la natura.

El tiempo cada mañana
una arruga me acribilla
y a mi cabeza tordilla
de paso le orna una cana;
la llanura más lozana
envejece su verdor
como envejece la flor
en la rama que la cría,
como a la cabeza mía
la ha envejecido el blancor.

De uno a uno lagrimiando
fui mi tropilla vendiendo
como pa dir manteniendo
a los que me iban quedando;
hoy gracias al cielo que ando
en un mancarrón prestao
que me lo confió el juzgao
para mi real desempeño,
hasta que aparezca el dueño
que tenga el Certificao.

Mientras, con alevosía
el tiempo me va contando
los años que van pasando
sin descontarme ni un día;
viejo y todo todavía
me sé ganar el jornal
y hacer un aula moral
de mi argentina experiencia,
con la tranquila conciencia
que a ninguno le hice mal.

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